La Ciudad Conquistada




"La ciudad, en todas sus dimensiones, aparece nuevamente como el lugar del cambio histórico. Desde la toma de la Bastilla hasta el derrumbe del Muro de Berlín y la ciudadanía ocupando la plaza Wenceslas de Praga dos siglos después, pasando por la emergencia de los trabajadores en los centros de las ciudades europeas en las revoluciones de 1848 o la conquista de Petrogrado por los obreros y soldados en 1917". Jordi Borja, La Ciudad Conquistada.
Quizás la mayor fortaleza intelectual de La Ciudad Conquistada, el más reciente libro de Jordi Borja, es su comprensión de las distintas instancias, actores y escenarios del territorio contemporáneo. Borja, por ejemplo, reivindica la participación de los movimientos vecinales y sociales, de quienes sin embargo señala con claridad los límites y sus ocasionales vestigios de conservadorismo, y hasta de discriminación y elitismo. También analiza, investiga y divulga distintas tendencias, teorías y actitudes ante la ciudad y el territorio, pero lo hace con clara intención propositiva (como en aquella bravuconada de Marx, cuando decía estar más interesado en cambiar la historia que en interpretarla). Y por sobre todo, el autor se involucra de lleno en la gestión del territorio, no con la actitud de los que se escudan en la gestión para justificar que los cambios son imposibles, sino de los que llegan a ella sabiendo los cambios que quieren hacer y los implementan. Con además el coraje intelectual para criticar, por ejemplo, los problemas del "modelo Barcelona" del que Borja es uno de los principales ideólogos. No solo en los aspectos que fallan por el abandono del modelo, sino en aquellos donde el problema está en los "daños colaterales" que generan las propias fortalezas de aquel. En este punto, Borja sintetiza con claridad donde está el problema: las bondades del modelo deben plantearse para un territorio que no es ya el de la ciudad central (como en los heroicos '80 del postfranquismo), sino el de la ciudad de ciudades, la región metropolitana, "la ciudad que aun no entendemos", para decirlo en sus palabras.
Con este mismo coraje intelectual, Borja asume a veces roles de "cruzado", y no duda en señalar adversarios (que es otra forma de fijar posiciones): en las disciplinas urbanísticas, Saskia Sassen y la ubicua ciudad global, Rem Koolhas y la aceptación acrítica o cínica de la lógica del mercado globalizado; en la gestión urbana, el urbanismo de productos, las políticas de tolerancia cero y sus lógicas racistas, la obsesión por la competitividad, los profesionales "surfistas" que se montan a la ola de la globalización neoliberal sin intentar un pensamiento crítico.
Borja identifica tres ciudades que co-existen en nuestros territorios contemporáneos. Por un lado, tres ciudades en el imaginario colectivo: la oficial de las jurisdicciones administrativas y las cartografías políticas, la real de la experiencia metropolitana de las transferencias y la flexibilidad productiva, la ideal (en el sentido de virtual o construcción mental) que todos construimos con nuestro deseo y percepción, la ciudad de los mapas mentales.
Y entrando de lleno en su interpretación, sobre todo hay tres ciudades que coexisten físicamente:
• la ciudad clásica de los centros históricos, los núcleos medievales, las intervenciones barrocas y neoclásicas, los cascos de las Leyes de Indias en la ciudad americana.
• la ciudad moderna de las extensiones metropolitanas, los ensanches, la suburbanización industrial, la vivienda proletaria y los suburbios jardín (la ciudad del tranvía y el tren metropolitano).
• y la ciudad difusa, la urbanización sin calidad que aun no es ciudad: la periferia, el banlieu, las edge cities, Exópolis, Metápolis...
Para Borja estas tres ciudades conviven, y las operaciones sobre cada una de ellas deben tener en cuenta a las dos restantes y plantear soluciones en las tres escalas de aproximación. Pero si sobre las dos primeras hay modos de actuación estudiados y probados, la región metropolitana, la constelación de ciudades, la urbanización difusa y sin calidad no tiene aun un cuerpo de actuaciones que se puedan aplicar a partir de experiencias probadas. Este es entonces el desafío disciplinar de los tiempos que corren. Desafío al que Borja se entrega con entero compromiso, y para el que propone los instrumentos y los marcos que son habituales en su pensamiento:
• El acrecentamiento y cualificación del espacio público, en sus aspectos físico - representativo, político y social. El espacio físico de sutura entre las tramas disconexas del crecimiento periurbano, pero también el espacio político de la convivencia, el conflicto y la diversidad.
• La innovación política, comprehensiva y no negadora del conflicto. Borja fue el responsable del plan de descentralización de Barcelona, una de las claves del mejor urbanismo de los 80; hoy postula otras operaciones de subsidiariedad y complementación, de reconocimiento y legalización de los contínuos urbanos y las redes territoriales discontinuas, con un sentido más contractual que burocrático y jerárquico.
• Una postura holística de la ciudad, totalizadora pero respetuosa de la diversidad, que supera los unilateralismos del marketing de imágenes urbanas, el urbanismo de productos sueltos y las visiones aisladas, las nuevas urbanizaciones de iguales viviendo entre iguales, protegidos y separados de los "otros".
• La reivindicación a ultranza de la ciudadanía, colocada incluso por encima de la instancia estatal, al proponer que las ciudades y territorios estén en condiciones de extenderla (al menos en el contexto de la sociedad europea), aceptando la riqueza extraordinaria de la inmigración y su aporte a las sociedades que "tienen la suerte" de recibirla. Una ciudadanía global de la que la reciente movilización contra la guerra en Irak (no casualmente la foto de una de esas multitudinarias marchas globales ilustra la tapa del libro) constituye un claro anticipo.
El libro toma claro partido por la inclusión y la diversidad, compromete al urbanismo en la superación de las discriminaciones étnicas, de genero y de edad, en la creación de entornos seguros, en la generación de empleos, en el respeto de las diversidades individuales y colectivas. No lo hace a partir de proponer recetas probadas, sino asumiendo el desafío que Manuel Castells hace al reclamar respuestas a los urbanistas para "articular lo global y lo local, la creciente autonomía individual las múltiples identidades culturales colectivas, los flujos con los lugares". En este camino, Borja analiza distintas posibilidades, desde las que se vinculan a los planes físicos de ordenación territorial, la incorporación de las tecnologías de la comunicación, y ambiciosas construcciones ideológico - políticas como su propuesta de derechos ciudadanos. Toda este desarrollo es sin duda una feliz planteo contemporáneo de utopía (un trabajo duro, por cierto, pero que alguien tiene que hacer..). En todo caso, la utopía es una respuesta al fatalismo cínico o resignado, al que Borja opone en varias ocasiones su afirmación de que "una tendencia, por fuerte que sea, no es un destino obligatorio".
Borja conoce como pocos la realidad urbana de Europa y las Américas, y también la imposibilidad de aplicar políticas similares en marcos tan distintos como el de la Europa de las burbujas inmobiliarias y los fondos de cohesión, o la periferia sudamericana de la deuda externa y la fragmentación. De hecho, buena parte del séptimo capítulo, dedicado a las ciudades en la globalización y a la cuestión de la ciudadanía, parece profundamente vinculada a los actuales debates de Cataluña (en especial a partir de la formación de la coalición de izquierdas que llevó a la presidencia de la Autonomía Catalana al ex Alcalde de Barcelona Pasqual Maragall) y el País Vasco (en pleno debate sobre el Plan Ibarretxe). Su idea de regiones contractuales, incluso transfronterizas, articuladas a un contexto continental más amplio, con perdida de atribuciones del poder estatal, puede interpretarse en Sudamérica como un planteo técnico, pero es claramente intencionado y nada inocente en el actual debate europeo. En todo caso, la realidad latinoamericana, con otras historias, otras tradiciones y otras urgencias, también requiere con urgencia encontrar articulaciones entre lo global y lo local (empezando por el lenguaje, para encontrar un urgente reemplazo a esas horribles palabras "glocal" y "glocalización"...).
Hay libros buenos y malos sobre urbanismo, pero aun entre los buenos, es difícil encontrar aquellos que superen una instancia descriptiva y, en el mejor de los casos, interpretativa de los actuales procesos del territorio. A diferencia del común de la bibliografía urbanística a la que estamos acostumbrados, el libro de Borja es propositivo. En su hilo principal, y en los boxes que se incorporan como acentos o comentarios a los temas tratados (que introducen a una abundante y útil casuística) se encuentran ejemplos, antiejemplos, opiniones y propuestas. Para quien deba operar en la ciudad (desde el despacho del administrador comunal, desde la oficina profesional, desde la militancia política y social) es un muy buen libro para tener a mano sobre la mesa de trabajo.

1 comentarios:

Pablo J. Vivas Peña dijo...

Más que un texto de urbanismo de avanzada, es una poesía humana del hacer ciudad en nuestro confuso y turbulento tiempo. Altamente recomendable este libro de la holística urbana.

Pablo J. Vivas @arquiconceptual

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